Funeral



 El día de mi funeral lo recuerdo muy bien y eso que dicen que los muertos no tenemos buena memoria.
Era una funeraria un poco lujosa, con acabado de madera en las paredes y ese día estaba bellamente adornado con hermosas flores todo ese día  era perfecto a excepción de las caras de “velorio” de todos los presentes.
La cantidad de personajes en la habitación era tal que todos respiraban el mismo aire caliente, pesado, mezclado con muerte que se congestionaba en la habitación;  mi madre tuvo que pedir que alquilaran la contigua para así abrir mas espacio, y despejar un poco a la hipócrita horda.
Ese día todos vinieron con sus ropas más soberbias y estrenaban algunos sus nuevas mascaras de tristeza y duelo, hablaban cosas de mi  como si alguna vez se hubiesen molestado en conocerme o decían las pocas cosas que se les venían a la mente, rato después hablaban de otras cosas mas relevantes para ellos y supuse que menos deprimentes; hablaban de las personas que iban llegando, de sus fachas, peinados y acciones, sus mañas y su tumbao, que si el novio de aquel o la novia de aquella. ¡Un verdadero circo! Yo los contemplaba desde uno de los rincones, con una copa de tinto en la mano que se hallaba todavía virgen. La copa se dejaba correr a medida que desaparezco; Algunos voltean mientras el vino se derrama en la vieja alfombra.
Alejandro López Iribarren

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